Efemérides archivos | Ver Asturies http://verasturies.com/ast/efemerides/ Cultura, actualidad y más en Asturies Mon, 02 Aug 2021 16:31:39 +0000 ast-AST hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.1.1 https://verasturies.com/wp-content/uploads/2020/07/cropped-favicon-verasturies-32x32.png Efemérides archivos | Ver Asturies http://verasturies.com/ast/efemerides/ 32 32 Meteoros en el cielo uvieín https://verasturies.com/ast/meteoros-en-el-cielo-uviein/ https://verasturies.com/ast/meteoros-en-el-cielo-uviein/#comments Mon, 02 Aug 2021 16:31:38 +0000 https://verasturies.com/?p=5581 En 1856, una enorme explosión sobre Uviéu dio lugar al descubrimiento de varios fragmentos de un meteorito que fueron recogidos en Fozaneldi, y de los que aún se conservan dos, en Madrid y en París. Habrá ocurrido muchas veces antes, pero lo cierto es que...

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En 1856, una enorme explosión sobre Uviéu dio lugar al descubrimiento de varios fragmentos de un meteorito que fueron recogidos en Fozaneldi, y de los que aún se conservan dos, en Madrid y en París.

Habrá ocurrido muchas veces antes, pero lo cierto es que la primera vez que se documentó la caída de un meteorito en Asturias fue el cinco de agosto de 1856. Y como para no documentarlo: el fenómeno generó tanta expectación en la ciudad que se escribió mucho, y muy detalladamente, sobre aquel cuerpo extraño que, en un principio, se creyó que era… una bomba. Literalmente: ocurrió a eso de las seis de la tarde, dejando sentirse en toda la ciudad un “ruido terrible y para todos extraño, que proviniendo de la atmósfera en nada se parecía a los truenos ordinarios”, escribiría, años después, José Ramón Luanco. Algo que parecía una explosión -los más escépticos supusieron que alguna prueba ordinaria en la Fábrica de Armas-. 

Fue al encontrarse sendos fragmentos del meteorito al día siguiente cuando se supo que aquel había sido, más bien, un fenómeno astronómico. El encargado de investigar el trasunto fue Luis Pérez, a la sazón catedrático de Historia Natural en la Universidad, que localizó al menos cuatro rocas procedentes del aerolito: dos que habían atravesado los tejados de un par de casas, uno que aterrizó en un prado contiguo y otro caído un poco más allá, todos ellos en Fozaneldi. Se documentaron también visiones de piedras cayendo desde el cielo en La Cadellada y en Ventanielles; en Sotu’l Barcu y en La Ribera, y aún hoy se conservan, en Madrid y en París, dos pequeños fragmentos recogidos aquel día aquí y acullá.

Sobre aquellas piedras granujientas, del tamaño de un huevo grande, que escondían un corazón metálico y distaban bastante de ser preciosas -pero sí, desde luego, espaciales… y especiales- se ha escrito también en nuestros días. Ya lo ven: el cielo tampoco se olvida de Asturias cuando decide rugir sobre la tierra.

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Carlos Tartiere, el ‘sportman’ que hizo historia https://verasturies.com/ast/carlos-tartiere-el-sportman-que-hizo-historia/ https://verasturies.com/ast/carlos-tartiere-el-sportman-que-hizo-historia/#respond Thu, 29 Jul 2021 15:47:47 +0000 https://verasturies.com/?p=5562 Muy joven, a los cincuenta años, falleció Carlos Tartiere. Lo haría en Xixón, después de haber consagrado toda su vida al deporte y a la ciudad de Uviéu, donde apostó por la fusión de sus dos clubes futbolísticos Si hoy honramos a Carlos Tartiere como...

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Muy joven, a los cincuenta años, falleció Carlos Tartiere. Lo haría en Xixón, después de haber consagrado toda su vida al deporte y a la ciudad de Uviéu, donde apostó por la fusión de sus dos clubes futbolísticos

Si hoy honramos a Carlos Tartiere como el impulsor que fue de no pocas disciplinas deportivas en Asturias y como fundador y presidente del Real Oviedo fue por un sueño: el de la dinamita. Con ella también se puede, en efecto, soñar como lo hizo, en el último tercio del siglo XIX, su padre, el bilbaíno (y de raíces francesas) José Tartiere Lenegre. Ingeniero de profesión, la saga de los Tartiere, en su rama paterna, se inició con su figura allegándose a la región para crear pólvora en su propia sociedad, “Santa Bárbara”. Carlos sería su hijo menor y, con el tiempo, el más conocido en los círculos deportivos regionales a pesar de una breve vida que se zanjó un 31 de julio de 1950, en la finca de Somió (Xixón) donde veraneaba, y a los cincuenta años, dos menos de los que tenía su padre José cuando él nació.

Si José fue el emprendedor, su hijo Carlos sería desde su juventud el ‘sportman’. Y de qué manera: cuenta, por ejemplo, La Voz de Asturias en junio de 1924 que «en lujoso automóvil llegaron a la Industrial Asrturiana de Moreda los jóvenes ‘sportmans’ don José y don Carlos Tartiere, hijos del opulento hombre financiero Excelentísimo señor Conde de Santa Bárbara de Lugones (…) Apenas abandonado el auto, todos ellos montaron en briosos caballos que al efecto les tenían preparados, encaminándose a visitar los criaderos de hulla que en el Coto denominado ‘Cabramoza’ explota en términos de Agüeria la ya mencionada empresa». Destacado tirador en competiciones de tiro de pichón, Tartiere también se casaría con Maruja Díaz Villamil al año siguiente y, al que siguió, hizo historia: apostó por la unión del Stadium Club Ovetense y el Real Club Deportivo de Oviedo que daría lugar, en 1926, al Real Oviedo CF.

«Sigo considerando la unión como el fin del problema que ha estancado la vida deportiva en Oviedo», dijo, a preguntas del diario ‘Región’, en marzo de ese año. «Por el bien de Uvieu, por la prosperidad de mi querido Uvieu, sería capaz de todos los sacrificios que hicieran falta». Y así fue: a los pocos días de aquella entrevista, se constituyó, con Tartiere al frente como presidente, el club de fútbol al que consagró lo que le quedaba de vida, sin dejar, por ello, el tiro al pichón. Hace ahora setenta y un años, murió Tartiere y con ello llegó la conmoción. «Cientos de llamadas telefónicas y de telegramas de condolencia recibidos en el hogar doliente en toda la tarde y noche de ayer dieron ya, en principio, la medida del dolor que la desaparición de tan ilustre hijo ha despertado en todos los ámbitos de la provincia, que pierde con él un prototipo de hombre bueno, inteligente y cordial», dijo EL COMERCIO al dar la luctuosa noticia. Todo un personaje.

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La tragedia del ‘Gijón’, buque asturiano https://verasturies.com/ast/la-tragedia-del-gijon-buque-asturiano/ https://verasturies.com/ast/la-tragedia-del-gijon-buque-asturiano/#respond Wed, 21 Jul 2021 10:53:25 +0000 https://verasturies.com/?p=5521 Recibía el nombre de su procedencia en los astilleros gijoneses, y su fin supuso una de las mayores tragedias navales de aquellos tiempos: tal día como hoy, pero de 1884, naufragó en aguas gallegas el ‘Gijón’ después de chocar contra el inglés ‘Lexham’. Hubo 116...

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Recibía el nombre de su procedencia en los astilleros gijoneses, y su fin supuso una de las mayores tragedias navales de aquellos tiempos: tal día como hoy, pero de 1884, naufragó en aguas gallegas el ‘Gijón’ después de chocar contra el inglés ‘Lexham’. Hubo 116 muertos.

Aún sigue teniendo Oscar Olavarría una calle en Xixón con sabor a mar: la que sigue desde la subida de la Colegiata, ya en Cimavilla, desde la Plaza del Marqués. No podría haber mejor sitio para honrar a un naviero que hizo historia en la ciudad, siendo como fue también uno de los fundadores de El COMERCIO, y para el que no fue un buen día -no nos cabe duda- el 21 de julio de 1884

Y eso que el ‘Gijón’ ya no era de él. Pero creo, queridos lectores, que para un buen naviero un buen barco sigue siendo suyo toda la vida, aunque tome rumbos distintos. No en vano el ‘Gijón’, impresionante barco correo con capacidad para ochocientos pasajeros y 100 miembros de la tripulación,  88,52 metros de eslora, 10,99 de manga y 7,60 de puntal, se nombraba con el nombre de la ciudad en la cual también puso su granito de arena para la Historia Óscar Olavarría. Aunque adquirido tiempo atrás por la empresa de Antonio López, el barco recibió ese nombre por su procedencia, y en el julio de 1884 estaba destinado a viajar de A Coruña a La Habana portando en su interior harina, carbón, 114 pasajeros y 80 tripulantes, así como gran número de botes salvavidas.

Pero nunca llegó. Ese día, el 21 de julio de 1884, en la Costa da Morte gallega, en el cabo Vilán, colisionó contra un mercante inglés, ‘Lexham’, en lo que se va a sentir como uno de los peores accidentes navales de la época, porque los muertos llegan a ser 116, y tal impacto produjo que cambió varios planes y ejecuciones de lo que sería, en unos años, el faro de Hércules. Quiso el infortunio que aquel día reinara la niebla sobre el mar Cantábrico y que el ‘Lexham’, poco avezado a aguas bravas como las gallegas, se perdiera entre ella. No pudo haber reacción. A las ocho de la tarde los ingleses chocaron contra el ‘Gijón’ y, aunque los elementos dieron varios minutos de tregua, permaneciendo unidos los barcos durante un tiempo sin irse a pique, en esta ocasión falló la intuición humana: todo parecía indicar que el barco que iba a correr peor suerte era el ‘Lexham’, por lo que varios tripulantes pasaron a pie del buque inglés al Gijón.  

Fue un error. Ese día se hundieron los dos barcos. Resultaron 110 muertos del ‘Gijón’ y seis del ‘Lexham’, aunque la cifra exacta de decesos no se supo hasta mucho después: la tragedia, aunque enorme, quedó ligeramente aminorada en la memoria de la sociedad de 1884 después de que cincuenta y seis pasajeros a bordo de un bote salvavidas fueran rescatados por el buque ‘Santo Domingo’, otros dieciséis por un buque inglés, trece por un barco francés y otras diecisiete, finalmente, acabaron en las costas ingleses, auxiliadas como el resto de los supervivientes que acabaron en A Coruña o Muros. Menos era nada.

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La visita regia (y muy política) de Alfonso XII en 1877 https://verasturies.com/ast/la-visita-regia-y-muy-politica-de-alfonso-xii-en-1877/ https://verasturies.com/ast/la-visita-regia-y-muy-politica-de-alfonso-xii-en-1877/#respond Wed, 14 Jul 2021 09:36:25 +0000 https://verasturies.com/?p=5488 En julio de 1877, el joven rey Alfonso XII visitó poblaciones como Uviéu, Arnáu y Xixón para dejarse ver. En todas ellas fue recibido, tanto él como su hermana Isabel, la ‘Chata’, con suertes dispares Fue un viaje, qué duda cabe, promocional: Alfonso XII llevaba...

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En julio de 1877, el joven rey Alfonso XII visitó poblaciones como Uviéu, Arnáu y Xixón para dejarse ver. En todas ellas fue recibido, tanto él como su hermana Isabel, la ‘Chata’, con suertes dispares

Fue un viaje, qué duda cabe, promocional: Alfonso XII llevaba siendo rey apenas dos años y medio, y su madre, tras la Gloriosa del 68, seguía exiliada en París. Ella no volvería y él sería un rey breve, pero de película. Eso no lo sabían aún los asturianos que, en 1877, recibieron con honores al nuevo monarca, aún soltero y lejos todavía de ser ese “triste de ti” del que habla la canción popular. Sí del drama que pesaba su acompañante, la querida ‘Chata’, su hermana mayor, tan joven como prematura su viudez. En fin: dos pimpollos que se pasearon, tales días como estos, por la Asturias de hace ya más de ciento cuarenta años.

Todo el viaje nos lo narró el periódico alfonsino por excelencia, La Época. Gracias a esta publicación, hoy digitalizada en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España (BNE), sabemos que la real pareja de hermanos llegó a Asturias procedente de León, a través del puerto Pajares y en tren hasta Busdongo y, de nuevo, a partir de Pola L.lena. En Uviéu se alojaron en el palacio de Camposagrado, el de la Audiencia, en habitaciones decoradas “con sencillez, como desean los regios viajeros”, pero solo después de asistir a un ‘Te Deum’ en la Catedral, acompañados, en el transcurso, por Alejandro Mon… pero no el alcalde de la ciudad, por confusión, según algunos; por intención política, según otros.

Espanto municipal

No fue la única polémica surgida en torno a la estancia regia. Pocos se mostraron contentos con los dos arcos del triunfo colocados por el consistorio como bienvenida al rey y a su hermana: uno en la esquina de la calle de Campomanes, “modelo perfecto de fealdad y corrupción de la estética”, según el corresponsal de La Época. Hecho de hiedra oscura que formaba una “masa informe” en opinión de este, contaba con “dos tarjetones de blanco lienzo que se parecían a lóculos, esos antiguos adornos que se encuentran en las catacumbas romanas. Dentro de ellos debiera encerrarse al autor”. Y más: “Entre la colección de versos que arrojaron las señoras al paso de la carroza real, los hay detestables”. ¡Vaya! El escribiente, eso sí, sí que loa “unas lindísimas poesías en bable asturiano, leídas por su autor a presencia del rey”.

En fin: en Uviéu visitaron el Hospicio y la Malatería; la Catedral y la Cámara Santa, la Universidad, donde contemplaron “la rica colección de mariposas e insectos de América que contiene el gabinete de la historia natural” y, al día siguiente, la fábrica de armas, “desde donde marchará a Trubia, almorzando en este punto”. Desde entonces, y sin parar, a Xixón, donde al cronista le gustó más el panorama: los tres arcos eran, dijo, más bellos; uno “de madera, muy esbelto y sin otro ornamento que un remate con una pequeña figura, en tarjetón, de don Pelayo y las armas del pueblo”; el otro, hecho de cok y de hierro, imitando un arco gótico; y el tercero, de carbón mineral.

Desde Xixón, visitaron la fábrica de zinc y la mina de Arnao, a cuyos subterráneos insistieron en entrar, como ya hiciera, más de veinte años antes, la madre de ambos, Isabel II. La diferencia estribaba en que cuando Isabel visitó Arnáu la extensión de su mina era de 200 metros; ahora, llegaba a los quinientos. De nuevo a Uviéu, donde fueron recibidos con fuegos artificiales y un engalanamiento nunca visto, con luces iluminando a la vez “la fábrica de chocolates de Fernández; las calles del Rosal, Flora, Estrada, Universidad; Porlier, San Juan, Rúa, Platería, Catedral y el Bombé”. Un no parar.  A primera hora de la mañana, la vuelta a la villa de Xovellanos, donde se dieron el primer baño de la temporada y recorrieron la ciudad a pie, hasta el faro, donde subieron; visitaron el hospital, la Tabacalera y el convento de las Agustinas y también el Instituto de Xovellanos. Después, cena y descanso hasta la partida a Galicia. ¡Duro trabajo, el de ser rey!

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El gran golpe: cuando ETA atracó el Banco Herrero de Uviéu https://verasturies.com/ast/el-gran-golpe-cuando-eta-atraco-el-banco-herrero-de-uvieu/ https://verasturies.com/ast/el-gran-golpe-cuando-eta-atraco-el-banco-herrero-de-uvieu/#respond Fri, 09 Jul 2021 09:37:09 +0000 https://verasturies.com/?p=5483 Ciento treinta millones de pesetas fueron las que se llevó ETA (pm) del atraco al Banco Herrero en Uviéu, hasta la fecha el más grande de Asturias, pero no el único de este tipo. Ocurrió hace cuarenta y dos años y fue uno de los...

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Ciento treinta millones de pesetas fueron las que se llevó ETA (pm) del atraco al Banco Herrero en Uviéu, hasta la fecha el más grande de Asturias, pero no el único de este tipo.

Ocurrió hace cuarenta y dos años y fue uno de los mayores efectuados jamás en España el atraco que, en la madrugada del domingo ocho al lunes nueve de julio de 1979 acabó con ciento treinta millones de pesetas menos en la sucursal del Banco Herrero de la calle de Fruela, en Uviéu. El objetivo estaba claro: financiar la lucha armada del grupo terrorista por medio del asalto a entidades de diverso tipo, como previamente ya se hiciera en el Hospital General de Asturias, en octubre de 1978, o, el 5 de mayo de 1969, en el Hogar de San José. De aquellos atracos previos, efectuados a punta de pistola, ETA se había llevado un montante de más de veinticinco millones de pesetas, además de un escaso alijo de armas procedente de los guardas del Hogar, y unas amistades que estaban por morir hace, precisamente, ahora cuarenta y dos años: los CAR (Comités d’Aición Revolucionaria), el intento más extremo, pero breve, de un nacionalismo armado asturiano.

Infinidad de flecos se entrelazan en esta historia de la Transición por la cual la acción armada izquierdista volvía a actuar en Asturias, como en los años veinte hicieran -aunque desde otro punto de vista ideológico, otras formas y otros matices- los libertarios que atracaron el Banco de España de Gijón (1923) o la Banca Maribona avilesina (1932). De modo que intentaremos resumirlos como buenamente podamos: resultó que esa madrugada, un grupo de pistoleros irrumpió en la casa del apoderado de la oficina del Banco Herero, reteniendo a sus familiares y llevándole a él para hacer de particular ‘caballo de Troya’ a la sucursal de Fruela. Un atraco silencioso y paciente, efectuado a primera hora de la mañana, cuando los empleados comenzaban a llegar y utilizando las llaves del cajero y de dos apoderados para abrir la caja fuerte. Se llevaron todo lo que había en ella: ciento treinta millones de pesetas. 

Pero los etarras no actuaron solos. De diecinueve atracadores, siete eran asturianos y militantes de los Comités d’Aición Revolucionaria, el brazo armado -dizque también involuntario- del CNA (Conceyu Nacionalista Astur). La intervención de los nacionalistas asturianos tendría consecuencias desastrosas para el proyecto que, desde sectores más moderados, impulsaban otro tipo de asociaciones: tras varias semanas escondidos en la casa de uno de ellos y con los millones escondidos en una casa de San Cloyo, los terroristas fueron arrestados y juzgados severamente no solo por los tribunales, sino también por la opinión popular. Las penas oscilarían entre la absolución para dos de los atracadores y los veintiséis años para Juan Emilio Carvajal, que cumplió trece.

El dinero, destinado al pago de las nóminas de los mineros que se habrían de efectuar tal día como hoy, hace cuarenta y dos años, desapareció. Lo propio haría, también, el CNA, muy tocado por el suceso, por más que intentase desvincularse de los CAR. Ocurrió en 1979, pero las consecuencias, como ven, fueron múltiples y largas en el tiempo.

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131 años sin Fuertes Acevedo https://verasturies.com/ast/131-anos-sin-fuertes-acevedo/ https://verasturies.com/ast/131-anos-sin-fuertes-acevedo/#respond Thu, 01 Jul 2021 10:59:05 +0000 https://verasturies.com/?p=5473 Máximo Fuertes Acevedo, polígrafo hasta ser casi un hombre del Renacimiento, murió hace 131 años, dejando un enorme legado de estudios a pesar de la brevedad de su vida, de solo 57 años. Hoy su nombre da lugar a una calle en Uviéu y al...

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Máximo Fuertes Acevedo, polígrafo hasta ser casi un hombre del Renacimiento, murió hace 131 años, dejando un enorme legado de estudios a pesar de la brevedad de su vida, de solo 57 años.

Hoy su nombre da lugar a una calle en Uviéu y al premio por excelencia de ensayo en lengua asturiana. De forma más que merecida, ya que si algo hizo Máximo Fuertes Acevedo (1832-1890) fue patria y estudio. Hay que decir, eso sí, que tampoco lo tuvo difícil, ya que el ovetense procedía de una familia rica: su padre era consultor del obispado, y él mismo destacó en los primeros estudios que, en Uviéu, le proporcionaron conocimientos humanistas, científicos y literarios. Para 1849, el año en que comenzó la universidad, quien sería destacado polígrafo -esto es: que escribe, y con soltura y realengo, de muchas y muy variadas cosas- asturiano ya tenía nociones de las ciencias naturales, de la filosofía y del derecho y, además, de lengua griega. Se licenciaría en 1856, ya en Madrid, llegando a destacarse en distintas facultades como un docente de capacidades innatas en la enseñanza de la Historia Natural y las ciencias naturales.

Uviéu, Santander, Figueras, Badajoz fueron sus destinos en una época en la que, ya lo ven, al profesorado también se le hacía ser culo de mal asiento. Poco hemos cambiado en los más de ciento cincuenta años que median entre Fuertes Acevedo y nosotros. Pero, y si se movió tanto de un lugar a otro, ¿por qué destacarlo como ensayista en el mundo asturiano? Fácil: la pluma de Fuertes Acevedo transitó por todo tipo de temas, incluso hasta por el darwinismo, que defendió denodadamente en una época en la que no era fácil hacerlo. Tampoco para Fuertes Acevedo, que pagó con creces el atrevimiento al ser destituido como director de instituto. Pero también escribió sobre la vida del marqués de Santa Cruz de Marcenado, tirando por las humanidades, o, en el ámbito más científico, elaboró un extenso manual sobre mineralogía asturiana, referencia durante no pocas décadas en el estudio de la misma.

Otro de sus ensayos, dedicado a los escritores asturianos, fue comprado por la Biblioteca Nacional, aunque no publicado. Y, por supuesto, aunque no le diera puntos para la cátedra, también divulgó estas y más ideas, para el común de los mortales, desde sus tribunas de ‘El Carbayón’ o la ‘Revista de Asturias’, donde, por cierto, sí pudo llegar a ver la luz su ambicioso ‘Ensayo de una biblioteca de escritores asturianos’. Engorroso mundo, bien lo supo Fuertes Acevedo en sus días y poco ha cambiado desde entonces, el de poder llegar a divulgar con libertad. En el caso del carbayón, y aunque los méritos se le fueran a reconocer con creces… quizás llegaron un poco tarde.

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La tragedia del Musel (Xixón, 1913) https://verasturies.com/ast/la-tragedia-del-musel-xixon-1913/ https://verasturies.com/ast/la-tragedia-del-musel-xixon-1913/#respond Thu, 25 Feb 2021 10:59:36 +0000 https://verasturies.com/?p=4589 Paró de llover a cinco minutos de la voladura. El olor a salitre y humedad inundó el ambiente abigarrado del Musel aquella tarde, y los centenares de personas que se agolpaban frente a la montaña del Tangán respiraron hondo, absorbiendo aquel aroma intenso a mar,...

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Paró de llover a cinco minutos de la voladura. El olor a salitre y humedad inundó el ambiente abigarrado del Musel aquella tarde, y los centenares de personas que se agolpaban frente a la montaña del Tangán respiraron hondo, absorbiendo aquel aroma intenso a mar, disfrutando de la tregua climatológica y esperando el momento en que el Tangán se viniera abajo, hecho escombros, por obra y milagro de la ciencia y de la pericia de Victoriano Alvargonzález, visiblemente nervioso bajo su gorra kepis. Cuando dieron la voz de fuego y los barreneros activaron las seis toneladas de dinamita, se hizo el silencio. Instantáneamente, la tierra reventó y, tras escasos segundos de estruendo, lo inundó todo el olor metálico de la metralla, el terroso del polvo y el dulzón de la muerte. Al lado del almacén de Rolloba aterrizó una kepis cubierta de sangre. Y entonces, solo entonces, todos comenzaron a gritar.

Fue la mayor catástrofe de todas las jamás habidas en Gijón. A principios de 1913, la necesidad de escombro para la construcción de la estación marítima del puerto gijonés había hecho que se proyectase la voladura controlada del Tangán, en El Musel, para el 25 de febrero. Salió mal. Aquel día, a las seis y diez de la tarde, la dinamita fue activada y, contra todo pronóstico, desahogó en una grieta subterránea, que los ingenieros no habían podido advertir. Toda la fuerza de la explosión salió por el boquete central, generándose una hondonada de más de diez metros de largo tras una detonación que, según dijo EL COMERCIO al día siguiente, había sido «como un fusilamiento»: piedras descargándose violentamente sobre el público, la tierra hundiéndose bajo los pies de los centenares de curiosos que se encontraban presenciando la voladora, el asfalto que hacía ahora las veces de metralla e incluso, llegaron a decir, brazos, piernas, torsos que, desgajados de sus correspondientes cuerpos con toda la violencia que solo pueden aportar miles de kilos de dinamita, sobrevolaron el aire.

Murieron Victoriano Alvargonzález, José Iglesias, Castor Lajo, Eulalio Lajo, Antonio García Cueto, Miguel Fernández, Castor Nieto, Lorenzo Morán, Adolfo Toral Barredo, Celestino Busto, Jacinto Pérez Aparicio, Anacleto Rico, Álvaro García, Antonio Delgado, Agustín Castro, Antonio Cueto, Alfonso Guarido, Bernabé García, Emilio García, Remigio Valverde, Eusebio Alonso y Miguel López. Con todo, pudo haber sido peor. Varios hechos providenciales hicieron que el listado de muertos «solo» ascendiera a veintidós: la voladura no había sido anunciada por la prensa, atrayendo solo a quienes, por ser trabajadores del Musel o emparentados con alguno, tenían conocimiento de ella; la lluvia y el viento, pertinaces durante todo el día, habían hecho que muchas personas se quedasen en casa y, milagrosamente, las casetas que guardaban pistones de dinamita en los alrededores no fueron alcanzadas por las piedras, evitándose así explosiones paralelas a la principal. Aun así, aquel día se llenaron los hospitales: más de medio centenar de personas, entre heridos y muertos, colapsarían las ambulancias y las camas del hospital de Caridad, en la calle Jovellanos.

Los primeros cadáveres fueron encontrados cuando aún iluminaba, aunque ya muy tenuemente, la luz del sol. Aparecieron al lado de las casetas del contratista Alvargonzález, dedicadas al almacén de cemento y herramienta, que quedaron destrozadas por completo. Allí, sin piernas y sin cabeza, pero sosteniendo todavía con fuerza el sombrero en una mano, encontraron el cuerpo del chófer de Alvargonzález; a su lado, con el reloj parado a las seis en punto de la tarde, reposaba el del obrero Antonio García. Fueron solo los primeros. Durante toda la noche, el Juzgado de Guardia trabajó sin descanso, y con no pocas dificultades técnicas, para encontrar los restos de todos los demás: obreros, Guardia Civil y bomberos removieron las rocas durante horas, iluminados apenas por la tenue luz de las lámparas de esquisto y acetileno y al compás de los chillidos de dolor de los familiares de quienes, aquella tarde, no habían vuelto a casa. 

La desgracia, tan tristemente necesaria a veces para toparnos de bruces con la realidad, pondría de relieve las carencias económicas de la sanidad gijonesa. Aquella noche, todos los médicos de la población se prestaron voluntarios para atender a los heridos. Pico, Olañeta, Viña, Fernández Acebal, Población, González, Escalera, Balbuena y Fournier, Ortega y Falo, Toral, Trapote y Cifuentes e incluso Cadenaba, cangués pero que pasaba unos días de asueto en Gijón, se presentaron en la Casa de Socorro y curaron heridas, operaron cabezas y amputaron piernas sin tener cómo: ni material, ni camas suficientes, ni personal, ni nada. Los reporteros de EL COMERCIO, que durante días visitarían a los enfermos, fueron testigos de cómo se amputaba una pierna necrosada a Juan Álvarez, peón, sin anestesia y en medio de gritos de dolor. No había dinero para narcóticos y, en medio de la desesperación, los doctores rogaron que todo aquel que tuviera bebidas alcohólicas en su casa, cuanto peores mejor, las donase para adormecer, al menos, a los agonizantes y a los operados. En un primer viso de lo que sería uno de los mayores movimientos de solidaridad que conoció Gijón en su historia, el Club de Regatas cedió todo su mueble bar a los enfermos, botellas de champagne (se daba como reconstituyente, en cucharadas, a quienes flaqueaban de fuerza) incluidas.

No fueron los únicos. Durante semanas, los telegramas de apoyo inundaron la villa de Jovellanos, las suscripciones populares consiguieron recoger miles de pesetas para las víctimas más necesitadas y los artistas, que el día de la tragedia habían suspendido sus funciones para ir a enterarse de qué era lo que generaba tanto revuelo en las calles, actuaron gratis para recaudar fondos en el Dindurra y en el Jovellanos, tocaron en el funeral de las víctimas e incluso llegaron a organizarse corridas de toros benéficas para socorrer a las familias de los muertos. La desgracia llevó a conocer otras: la de Lorenzo Morán, uno de los fallecidos, con cuyo sueldo se sostenían su hija Águeda y sus dos nietas, después de ser abandonadas por su marido y padre; o la de Jacinto Pérez, que vivía en una casa en Jove donde ni siquiera había camas. 

Miseria y dolor que, aunque no del todo, consiguió aplacar la solidaridad de las más de treinta mil personas que asistieron al funeral de las víctimas y que presidió el rey Alfonso XIII, representado por el Ministro de Fomento. El 27 de febrero, todas las víctimas menos dos (Eusebio Alonso murió aquella misma tarde, y la muerte de Miguel Fernández fue reclamada por su familia como parte también de la desgracia días después) se enterraron con honores en Ceares, tras una multitudinaria procesión que, bajo la llovizna, fue parando por toda la ciudad. Los acompañaban personalidades, familias, curiosos, autoridades, la banda de música y el orfeón; la compañía eléctrica suministró luz durante todo el recorrido a la comitiva y, al día siguiente, en la Casa de Socorro, el más animoso de todos los heridos, el vasco Tomás Amutio, pidió a los reporteros de EL COMERCIO un ejemplar del periódico para leer en voz en alta todos los detalles del funeral a sus compañeros. 

Los féretros fueron diecinueve, los muertos veintiuno o veintidós, según se interprete la historia. Ocurrió que, en los primeros días de la tragedia, un niño llamado Julián Miñambres, que se curaba de sus heridas en la Casa de Socorro, aseguró que uno de los muertos, Castor Nieto, era su padrastro por unión con Modesta, su madre natural. Otro Castor, en esta ocasión de apellido Lajo, aparece en la lista de muertos –que, sin embargo, la prensa mantiene en número de veintiuno- solo una vez que se certifica que hay dos mujeres que reclaman ser viudas de un hombre llamado Castor. ¿Fue confusión de los reporteros? ¿Existieron dos Castores o solamente uno? Poco importa ya. Ambas mujeres fueron socorridas por la solidaridad vecinal y Eulalio Lajo, el hijo del segundo Castor, enterrado junto a su padre. Aquel día debía partir de vuelta al servicio militar tras unos días de permiso en Gijón; había ido a ver la voladura, por entretenimiento, con su familia. La peor de las tragedias (la accidental, la que no tiene más culpables que la mala suerte) hizo que aquello fuera lo último que hicieran juntos.

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Si hay un ejemplo de supervivencia contra viento y marea, esa es la del Carnaval. Fiesta milenaria y pagana, arraigada especialmente, con sus particularidades con respecto a otras latitudes, en Asturias, la transgresión en la que se asienta su idiosincrasia la ha hecho ser especialmente perseguida por las autoridades de todo tiempo, forma y color. Aunque nuestra efeméride de esta semana hace referencia a una de las sucesivas prohibiciones que acabaron con él a lo largo del franquismo, en lo respectivo a Gijón, para hablar de la censura al Carnaval debemos viajar muchos siglos atrás.

Una fiesta incómoda para las autoridades

Concretamente, a 1523. Ese año, un recién llegado Carlos I prohíbe por Real Orden la celebración de los carnavales, así como la existencia de enmascarados o personas disfrazadas. De ello, se decía, “resultan grandes males, y se disimulan con ellas y encubren”. Aquella causa, la inseguridad que se producía del tránsito de personas inidentificables -y no siempre con buenas intenciones-, será la clave para comprender los vetos sucesivos a una fiesta que, hasta el siglo XIX, solo contará con los breves periodos de tolerancia correspondientes al reinado de Felipe IV (una veintena de años, 1621-1640) y Carlos III (1759-1788). Apenas medio siglo de relativa libertad en casi trescientos años, al que habría que añadir la etapa de José Bonaparte (1808-1813), la posición de los diputados de Cádiz y el Trienio Liberal (1820-1823). Significativamente restrictivas serían las disposiciones de Felipe V, el primero de la dinastía borbona, a partir de 1716. Por medio de ellas se prohibía el carnaval por dar “muchas ofensas a la Majestad Divina y gravísimos inconvenientes, por no ser conforme al genio y recato de la nación española”. Hasta mil ducados de multa o incluso penas de presidio y galeras se distinguían en aquellas órdenes para cualquiera que las contraviniera celebrando el carnaval.

A pesar de todo, superviviente

Con todo, la imbricación de la fiesta era tal en el pueblo que no pudieron ponerse puertas al campo. En la década de los 30 del siglo XIX se levantaría finalmente el veto a las mismas, bajo la regencia de María Cristina. Desde entonces y hasta la Guerra Civil, solo leves normativas deslucirían si acaso la fiesta, como la Real Orden de 1921 por medio de la que se prohibieron las máscaras y el tiro de serpentinas para garantizar la seguridad en un país bastante convulso, en la lid política, a la sazón. En Asturias, el espíritu de las Carnestolendas estuvo siempre presente, en cualquiera de los solsticios, aunque las fiestas más localizadas sí sufrieron los efectos de las prohibiciones legislativas y también del despoblamiento, habiéndose recuperado, en esta misma década, celebraciones perdidas como la de los Aguilandeiros de San Xuan de Villapañada, otra de las víctimas de la censura institucional. En el siglo XX esta llegó de la mano del bando sublevado que inició la Guerra Civil, siendo una de sus primeras disposiciones, en 1937, el abolir el Carnaval.

Pero tampoco eso acabó con la fiesta, celebrada en la clandestinidad de forma más o menos pública (ahí queden los famosos carnavales de Cimadevilla, con ‘Rambal’ travestido a la cabeza) y de forma aún más abierta durante la década de los 70, cuando a los bailes de disfraces de las ‘boîtes’ empieza a llamárseles, por fin, por su nombre: fiestas de Carnaval. La prohibición, hoy, calza ya botas centenarias, pero nada puede con una fiesta que lleva a sus espaldas cuanto menos dos milenios de tradición. 

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