Cuando se habla de lugares remotos, auténticos y con alma, pocos nombres resuenan con tanta fuerza como Riodeporcos. Este pequeño pueblo, encajado entre montañas en el suroccidente asturiano, parece resistirse al paso del tiempo. Enclavado en el concejo de Ibias, Riodeporcos es una aldea que apenas aparece en los mapas turísticos, pero que guarda en sus entrañas una historia fascinante, un paisaje desbordante y una conexión con lo esencial que resulta cada vez más difícil de encontrar.
Riodeporcos, cuyo nombre llama la atención de inmediato, se ubica en el extremo suroccidental del Principado de Asturias, justo en el límite con la provincia de Lugo, Galicia. Rodeado por el Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, se sitúa en un enclave natural de gran belleza, pero también de difícil acceso. Hasta hace pocos años, Riodeporcos era conocido como uno de los pocos pueblos de Asturias al que no se podía llegar en coche. De hecho, aún hoy, el acceso principal es a través de una pasarela colgante sobre el río, lo que refuerza la sensación de estar entrando a otro mundo.
Visitar Riodeporcos es adentrarse en un entorno natural salvaje. Rodeado de montañas frondosas, bosques de castaños, robles y abedules, y atravesado por el río Ibias, el paisaje parece sacado de un cuento. El entorno de Riodeporcos forma parte de la Reserva de la Biosfera del Parque de las Fuentes del Narcea, donde habitan especies emblemáticas como el oso pardo cantábrico, el urogallo o el lobo ibérico.
Los amantes del senderismo encuentran en los alrededores de Riodeporcos una red de rutas poco transitadas pero con un valor ecológico y paisajístico inmenso. El silencio solo es roto por el murmullo del río o el canto lejano de un ave. La sensación de aislamiento es total, pero lejos de ser incómoda, se convierte en una experiencia de reconexión con la naturaleza.
Hasta hace muy poco, llegar a Riodeporcos implicaba cruzar a pie un antiguo puente de madera que en épocas de crecida resultaba impracticable. En 2019, sin embargo, se inauguró una pasarela metálica colgante sobre el río Ibias, permitiendo un acceso más seguro, aunque aún solo peatonal. El coche debe dejarse en el pueblo vecino de Buso, y desde allí se caminan unos 2 km por un sendero hasta alcanzar Riodeporcos.
Este acceso limitado es, paradójicamente, parte del encanto de Riodeporcos. Alejado del turismo de masas, el pueblo mantiene su esencia gracias a este aislamiento. La pasarela no solo ha mejorado la vida de los pocos habitantes, sino que ha permitido una afluencia responsable de visitantes que llegan buscando experiencias auténticas.