En 1856, una enorme explosión sobre Uviéu dio lugar al descubrimiento de varios fragmentos de un meteorito que fueron recogidos en Fozaneldi, y de los que aún se conservan dos, en Madrid y en París.

Habrá ocurrido muchas veces antes, pero lo cierto es que la primera vez que se documentó la caída de un meteorito en Asturias fue el cinco de agosto de 1856. Y como para no documentarlo: el fenómeno generó tanta expectación en la ciudad que se escribió mucho, y muy detalladamente, sobre aquel cuerpo extraño que, en un principio, se creyó que era… una bomba. Literalmente: ocurrió a eso de las seis de la tarde, dejando sentirse en toda la ciudad un “ruido terrible y para todos extraño, que proviniendo de la atmósfera en nada se parecía a los truenos ordinarios”, escribiría, años después, José Ramón Luanco. Algo que parecía una explosión -los más escépticos supusieron que alguna prueba ordinaria en la Fábrica de Armas-. 

Fue al encontrarse sendos fragmentos del meteorito al día siguiente cuando se supo que aquel había sido, más bien, un fenómeno astronómico. El encargado de investigar el trasunto fue Luis Pérez, a la sazón catedrático de Historia Natural en la Universidad, que localizó al menos cuatro rocas procedentes del aerolito: dos que habían atravesado los tejados de un par de casas, uno que aterrizó en un prado contiguo y otro caído un poco más allá, todos ellos en Fozaneldi. Se documentaron también visiones de piedras cayendo desde el cielo en La Cadellada y en Ventanielles; en Sotu’l Barcu y en La Ribera, y aún hoy se conservan, en Madrid y en París, dos pequeños fragmentos recogidos aquel día aquí y acullá.

Sobre aquellas piedras granujientas, del tamaño de un huevo grande, que escondían un corazón metálico y distaban bastante de ser preciosas -pero sí, desde luego, espaciales… y especiales- se ha escrito también en nuestros días. Ya lo ven: el cielo tampoco se olvida de Asturias cuando decide rugir sobre la tierra.