Se había ido apagando poco a poco. ‘Tola’, la osezna que fue, junto a su hermana ‘Paca’, el símbolo de la conservación animal y la lucha contra el furtivismo en Asturias, murió esta semana hace tres años en su cercado del monte Fernanchín. Tenía casi 29 años -frente a una esperanza de vida de veinticinco- y una historia forjada a sangre y fuego a sus espaldas.

Una carnicería

Junio de 1989. Una de las mayores operaciones contra la caza furtiva culmina con el hallazgo de innumerables restos animales en varios pueblos de Cangas del Narcea. El día 13, en portada de ‘La Nueva España’, Ángel Álvarez informa de que el botín se compone de «varias cabezas de urogallo, rebeco y corzo, y todo tipo de garduñas y trampas», paquetes de goma-2 incluidos, así como de la piel de cuatro osos -en aquel momento quedaban apenas un centenar en toda la cordillera Cantábrica y tan solo unos cincuenta en Asturias-, uno de los cuales se encuentra conservado en salazón. El objetivo: comer su carne. El mismo que les aguardaba a las dos oseznas que, aún vivas, aguardaban a ser entregadas al Seprona en un improvisado corralito entre las ruinas del monasterio tinetense de Obona. Tienen apenas cinco meses de edad y sus captores les habían puesto nombre, ‘Selva’ y ‘Charly’, antes de proponer matarlas y servirlas como menú. 

La noticia llegó a oídos de la persona incorrecta. Antolín Velasco, a quien se debe el nombre de la osa ‘Tola’ –‘Paca’ recibió el de la mujer de Roberto Hartasánchez, gerente del FAPAS- negoció con los captores de las osas, que después negaron serlo, la entrega de las dos pequeñas. Así fue como las osas más famosas de Asturias llegaron a manos del Seprona, con López Rico a la cabeza, y del FAPAS, y de un cubículo en una tenada de Tresmonte a Llanes, la primera de una larga lista de moradas.

El juicio

Poco o nada se sabe de la vida anterior de las oseznas al día de su entrega. El Seprona barajó, por entonces, dos posibilidades: que su madre fuera tiroteada por un minero al topárselo cuando este iba a trabajar o que hubiera sido víctima de una cacería furtiva. En su piel, recuperada en la operación, aún se conservaba el agujero del disparo y el estado del pelaje sugería que la muerte se había producido no más de dos meses atrás. Por su parte, Velasco aseguró que la intención de los cazadores había sido dar cuenta culinaria de las oseznas cuando mantenerlas en una vivienda particular ya comenzaba a dar problemas. Sea como fuere, estos nunca hablaron: en el juicio adujeron falta de pruebas, y la sentencia, que llegó en el verano de 1991, fue de absolución, aunque con una multa de tres millones de pesetas por infringir las leyes cinegéticas.

Odisea plantígrada

‘Paca’ y ‘Tola’ no vivieron siempre en Asturias. Después de pasar una temporada en los recintos del Fapas de Llanes, fueron trasladadas a un cercado más amplio en Vic, en Cataluña, y, posteriormente, al Parque Cinegético Nacional de El Hosquillo, en Cuenca. Imposibilitadas ya para su reintroducción al medio salvaje por estar ya muy demasiado habituadas a la interacción con el ser humano, las hermanas, en la plenitud de la juventud, volvieron a Asturias gracias a la Fundación Oso, que proyectó el recinto entre Proaza y Santo Adriano donde murió ‘Tola’ veintidós años después.

Entre medias, todo: el derrumbe de parte de la instalación que les hizo desplazarse temporalmente a Cabárceno, la llegada de otra osa irrecuperable para el medio natural, ‘Molinera’, al cercado en 2013 y también el apareamiento de un oso cántabro, ‘Furaco’, que convivió con las hermanas cuando estas ya eran mayores, aunque aún fértiles, y que llegó a montar a ‘Tola’ en una veintena de ocasiones. El único osezno habido del apareamiento, una cría de poco más de 300 gramos de peso, fue encontrado muerto en la cama de paja de su madre en 2013. Hace esta semana tres años que también se le acabó la vida a ella. Todo un símbolo de la historia reciente de Asturias.