Hace mucho tiempo en el valle de Blimea ocurrió una historia muy similar a la famosa de Romeo y Julieta. Un noble señor poseía un castillo, La Cabezada. También tenía una hija de gran belleza y discreta. Ella había había recibido una buena educación, cosa destacable por la época, y lo hacía notar entre los demás. La dama contaba con muchos pretendientes y el amo del castillo estaba muy orgulloso de ello y no paraba de hacer tratos en relación con fechas, cifras y tierras…

Él se presentaba muy entusiasta, en cambio su hija no, algo que su padre ni apreciaba. Después de muchos tratos el señor acordó la mano de su hija con un hombre de Buelga. Cuando el padre se dirigió a su hija la encontró postrada en el suelo en un mar de lágrimas. Queriéndose mostrar como un padre comprensible le preguntó que le ocurría además de comunicarle la noticia. Fue en ese momento cuando la hija comenzó a llorar con más profundidad. La hija acabó confesándole que ella amaba a otro. El noble quería saber el nombre del amante y como su hija no se lo quería contar la conversación acabó en discusión. Finalmente el padre descubrió que el amante era un villano.

El padre seguía en su necedad y se empezó a preparar la boda con el de Buelga. Mientras tenían lugar los preparativos la muchacha se mantuvo encerrada en su habitación para que no se comunicase con nadie.

Llegaba el día de la boda y tras las puertas del castillo se escuchaban unos golpes que decían «de la misericordia y refugio». Salió la gente a mirar que ocurría y se encontraron con un joven con harapos y poca limpieza. Él venía contando una historia de amor y de cómo a su amante no la dejaban casarse con él, por ese mismo motivo ella le había mandado que acabase con su vida. El noble lleno de irá se acercó al joven y le invitó a irse para no volver. Sin saber de dónde había salido un puñal el joven sirviente empezó a desangrase y hasta morir.

Una historia que se asemeja a la de Romeo y Julieta, pero esta vez en Blimea y no en Verona.