En julio de 1877, el joven rey Alfonso XII visitó poblaciones como Uviéu, Arnáu y Xixón para dejarse ver. En todas ellas fue recibido, tanto él como su hermana Isabel, la ‘Chata’, con suertes dispares

Fue un viaje, qué duda cabe, promocional: Alfonso XII llevaba siendo rey apenas dos años y medio, y su madre, tras la Gloriosa del 68, seguía exiliada en París. Ella no volvería y él sería un rey breve, pero de película. Eso no lo sabían aún los asturianos que, en 1877, recibieron con honores al nuevo monarca, aún soltero y lejos todavía de ser ese “triste de ti” del que habla la canción popular. Sí del drama que pesaba su acompañante, la querida ‘Chata’, su hermana mayor, tan joven como prematura su viudez. En fin: dos pimpollos que se pasearon, tales días como estos, por la Asturias de hace ya más de ciento cuarenta años.

Todo el viaje nos lo narró el periódico alfonsino por excelencia, La Época. Gracias a esta publicación, hoy digitalizada en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España (BNE), sabemos que la real pareja de hermanos llegó a Asturias procedente de León, a través del puerto Pajares y en tren hasta Busdongo y, de nuevo, a partir de Pola L.lena. En Uviéu se alojaron en el palacio de Camposagrado, el de la Audiencia, en habitaciones decoradas “con sencillez, como desean los regios viajeros”, pero solo después de asistir a un ‘Te Deum’ en la Catedral, acompañados, en el transcurso, por Alejandro Mon… pero no el alcalde de la ciudad, por confusión, según algunos; por intención política, según otros.

Espanto municipal

No fue la única polémica surgida en torno a la estancia regia. Pocos se mostraron contentos con los dos arcos del triunfo colocados por el consistorio como bienvenida al rey y a su hermana: uno en la esquina de la calle de Campomanes, “modelo perfecto de fealdad y corrupción de la estética”, según el corresponsal de La Época. Hecho de hiedra oscura que formaba una “masa informe” en opinión de este, contaba con “dos tarjetones de blanco lienzo que se parecían a lóculos, esos antiguos adornos que se encuentran en las catacumbas romanas. Dentro de ellos debiera encerrarse al autor”. Y más: “Entre la colección de versos que arrojaron las señoras al paso de la carroza real, los hay detestables”. ¡Vaya! El escribiente, eso sí, sí que loa “unas lindísimas poesías en bable asturiano, leídas por su autor a presencia del rey”.

En fin: en Uviéu visitaron el Hospicio y la Malatería; la Catedral y la Cámara Santa, la Universidad, donde contemplaron “la rica colección de mariposas e insectos de América que contiene el gabinete de la historia natural” y, al día siguiente, la fábrica de armas, “desde donde marchará a Trubia, almorzando en este punto”. Desde entonces, y sin parar, a Xixón, donde al cronista le gustó más el panorama: los tres arcos eran, dijo, más bellos; uno “de madera, muy esbelto y sin otro ornamento que un remate con una pequeña figura, en tarjetón, de don Pelayo y las armas del pueblo”; el otro, hecho de cok y de hierro, imitando un arco gótico; y el tercero, de carbón mineral.

Desde Xixón, visitaron la fábrica de zinc y la mina de Arnao, a cuyos subterráneos insistieron en entrar, como ya hiciera, más de veinte años antes, la madre de ambos, Isabel II. La diferencia estribaba en que cuando Isabel visitó Arnáu la extensión de su mina era de 200 metros; ahora, llegaba a los quinientos. De nuevo a Uviéu, donde fueron recibidos con fuegos artificiales y un engalanamiento nunca visto, con luces iluminando a la vez “la fábrica de chocolates de Fernández; las calles del Rosal, Flora, Estrada, Universidad; Porlier, San Juan, Rúa, Platería, Catedral y el Bombé”. Un no parar.  A primera hora de la mañana, la vuelta a la villa de Xovellanos, donde se dieron el primer baño de la temporada y recorrieron la ciudad a pie, hasta el faro, donde subieron; visitaron el hospital, la Tabacalera y el convento de las Agustinas y también el Instituto de Xovellanos. Después, cena y descanso hasta la partida a Galicia. ¡Duro trabajo, el de ser rey!