Quien se acerque hasta Oneta con las referencias de las grandes cataratas y cascadas que nos presentan los reportajes televisivos o las publicaciones sobre tierras exóticas, tal vez se lleve una pequeña decepción, ya que ni la altura ni el caudal de agua guardan poroporción con esos gigantes de la naturaleza: en época de estiaje es apenas un chorro de agua que se despeña desde una treintena de metros de altura.
No obstante, el pequeño desarrollo de los saltos de agua en Asturies es el motivo de que el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales de Asturies haya destacada a la Cascada de Oneta por ser la más alta de la región en caída continua, siendo declarada hace unos años como Espacio Natural Protegido con la categoría de Monumento Natural.
La visita a la cascada es una buena disculpa para acercarse a estas tierras del occidente de Asturies, apartadas de las rutas habituales, y disfrutar de un paseo y un paisaje muy agradables. El coche nos lleva hasta el pueblo de Oneta, situado en el concejo de Villayón. Las casas se ordenan al borde de una pequeña vega que forma el río, dominada por el alto de Panondres que da límite a los concejos de Valdés, Navia y Villayón. A esa altura, el río de Oneta no es más que un reguero que fluye entre las tierras de maíz, patatas, berzas y ballico, flanqueado por hileras sueltas de alisos. En los alrededores, pinares y praderías situados a media ladera proporcionan la cubierta vegetal dominante a un vigoroso relieve en el que llega a aflorar la roca subyacente; apenas quedan algunos rodales de castaños, robles y abeduules instalados en las vaguadas, e hileras de estas especies en las lindes de los prados y en el monte, y tampoco faltan algunos eucaliptos.
Dentro de sus modestas dimensiones la cascada es espectacular, precipitándose en una caída casi continua, aunque el agua golpea la roca formando pequeños peldaños. El lugar es también muy atractivo, con un paisaje recogido sobre sí mismo, que opone la pared rocosa por donde se despeña el agua a una espesa mata de árboles del país que orla la hondonada.
La elevada humedad propicia que la vegetación del entorno sea exuberante: en el bosque se pueden reconocer alisos, fresnos, laureles, carbayos, abedules y casteños, y en el sotobosque hay una gran abundancia y variedad de helechos, y matas de violetas y madreselvas que trepan por los troncos. Pasado el pozo, apenas queda sitio para unas praderías de siega constreñidas entre la aliseda y la pared rocosa. Luego el agua se encaja valle abajo hacia el río de La Pontiga, afluente a su vez del Navia.
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