Las tradiciones asturianas hacen referencia al saludador como una persona con poderes curativos y rasgos definidos. Así según Constantino Cabal (La Mitologia Asturiana, 1972) los nacidos en Viernes Santo, a las tres de la tarde, que bajo la lengua llevan una cruz o, si padece de ella, la imagen de la rueda del sufrimiento de Santa Catalina, serían los rasgos que definirían a un saludador. También son susceptibles de ser saludadores el séptimo de los hijos o el que contara con un idéntico gemelo.

Entre su capacidades se encuentran sostener hierros al rojo vivo y pisar brasas de carbón sin quemarse. Este personaje cuasi mitológico cura a través del aliento, aplicando saliva o por medio de un recital de fórmulas, enfermedades como la rabia, en todo tipo de seres vivos. Hay que destacar que cobra por sus servicios. La profesión de saludador no estaba prohibida por la inquisición, pero se sabe, según Aurelio de Llano (Del folklore asturiano: mitos supersticiones, costumbres, 1972) que los obispos y el Santo Tribunal examinaban a estos personajes, prohibiéndoles el ejercicio de su profesión si existían indicios de falsedad o engaño.

Nos parece curioso destacar que aquí en Asturias aparte de los métodos preventivos los saludadores recomendaban que toda persona mordida por un perro para evitar la rabia tenía que atravesar un río o reguero antes que lo hiciera la bestia, recitando por tres veces una oración.

Sabemos que los saludadores tenían unas tarifas bastante significativas viendo el contexto de la época, en un tenemos la información de la cantidad que cobraban en Asturias, pero sí sabemos, por ejemplo que las cuentas de Salvatierra (Araba) relativas a los años 1578-79 documentan la intervención del saludador Martín Sáez de Otaza mientras algunos días, «porque habían andado en esta villa ciertos perros rabiosos», a cambio recibía tres ducados.