Aguas y montañas son señas de identidad de Villayón, que tiene en la Sierra de Carondia una de las bellezas paisajísticas más ideales para disfrutar de las actividades en la naturaleza. Como los otros concejos del occidente asturiano, el color que predomina en sus pueblos y aldeas es el negro de la pizarra, material autóctono que abunda gracias a que el periodo geológico que se dio en esta parte de Asturies es sobre todo el Siluriano. Como el resto de sus “socios” en el Parque Histórico del Navia, los restos arqueológicos castreños y los de túmulos y necrópolis forman parte de su mancomún cultural, que tiene también en sus numerosas casas blasonadas un exponente de lo que fue el brillo rural alrededor de la cuenca del Navia. Nosotros te recomendamos estas dos visitas:
Oneta
Quien se acerque hasta Oneta con las referencias de las grandes cataratas y cascadas que nos presentan los reportajes televisivos o las publicaciones sobre tierras exóticas, tal vez se lleve una pequeña decepción, ya que ni la altura ni el caudal de agua guardan poroporción con esos gigantes de la naturaleza: en época de estiaje es apenas un chorro de agua que se despeña desde una treintena de metros de altura.
La visita a la cascada es una buena disculpa para acercarse a estas tierras del occidente de Asturies, apartadas de las rutas habituales, y disfrutar de un paseo y un paisaje muy agradables. El coche nos lleva hasta el pueblo de Oneta, situado en el concejo de Villayón. Las casas se ordenan al borde de una pequeña vega que forma el río, dominada por el alto de Panondres que da límite a los concejos de Valdés, Navia y Villayón. A esa altura, el río de Oneta no es más que un reguero que fluye entre las tierras de maíz, patatas, berzas y ballico, flanqueado por hileras sueltas de alisos. En los alrededores, pinares y praderías situados a media ladera proporcionan la cubierta vegetal dominante a un vigoroso relieve en el que llega a aflorar la roca subyacente; apenas quedan algunos rodales de castaños, robles y abeduules instalados en las vaguadas, e hileras de estas especies en las lindes de los prados y en el monte, y tampoco faltan algunos eucaliptos.
Méxica
Una manera perfecta de completar la visita a las Cascadas de Oneta es aproximarse también a las cercanas Cascadas de Méxica, a tan sólo 17 kilómetros. Desde el pueblo de Ponticiella, nos lanzamos ladera abajo entre casas, huertas y pastos en busca de la cascada. En el camino no podemos dejar de disfrutar de la naturaleza que nos va saliendo al paso, en parte natural, en parte intervención humana, como es el caso de las plantaciones de pinos que aparecen con frecuencia en todo el descenso. Y al final de todo está ella, Méxica, una cascada estrechita vertiendo directamente sobre una charca de unos dos metros de diámetro justo a nuestros pies casi sin sitio para más y en medio del bosque. Sin duda merece la pena bajar para verla.
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