Astro del fútbol asturiano y español en una época en la que las estrellas, a pesar de ser más pequeñas que las de hoy, brillaban y palpitaban más en los corazones de la afición, Enrique Castro ‘Quini’ fue liberado de sus secuestradores un 25 de marzo de 1981, casi un mes después de que estos le arrebatasen la libertad. Fue el uno de marzo, después del partido que enfrentó al Barcelona, el equipo donde jugaba el asturiano, con el Hércules, con victoria para los culés (6-0) y especial importancia de Quini, que marcó dos tantos. A la salida, dos hombres armados asaltaron el Ford Granada en el que iba Quini, obligándole a subir a otro vehículo e iniciándose, así, una larga retención en medio de la cual España pensó en un posible desenlace fatal.

También Enrique Castro, que reconocerá con el tiempo que, al oír los ruidos de quienes finalmente resultaron ser agentes que trabajaban por su liberación, se había autoconvencido de que sus captores le iban a matar. Nada más lejos de las intenciones de los dos mecánicos que, ayudados de un tercero, secuestraron y encerraron en el taller donde trabajaban hace ahora cuarenta años a Castro. Apurados por las deudas, pretendieron obtener rédito económico de la captura de quien reconocerían, con el paso de los años, como una buena persona. Quini llegó a perdonarles la falta en el juicio posterior, rechazando los cinco millones de pesetas que la Justicia impondría sobre sus secuestradores como pago para los daños y perjuicios, que fueron muchos, para el jugador.

Los secuestradores de Quini pidieron cien millones de pesetas para liberar al jugador, que pasó los días de su captura en un minúsculo zulo hecho con prisas en el taller del 13 de Jerónimo Vincens y alimentado en base a bocadillos. Pero la bola se les hizo demasiado grande: no eran profesionales en esto de la criminalidad. Temerosos de ser capturados, se negaron recurrentemente a recoger el precio estipulado en la calle; las llamadas, hechas desde cabinas telefónicas públicas de Barcelona, fueron pinchadas por la policía, pero aún así tuvieron cierto tiempo de margen -y de angustia para familia y seguidores de Castro.

La odisea acabó al ser detenido el interlocutor de los secuestradores en el aeropuerto de Ginebra, a donde había volado para abrir una cuenta donde el club culé les había asegurado que efectuaría la transferencia millonaria. Ese día se desmontó la trama, el zulo de Jerónimo Vincens quedó vacío, como siempre debió esta y  Quini recuperó la libertad. Hoy, a cuarenta años del tinglado, las imágenes de aquel día forman parte, y de qué manera, de nuestra historia gráfica reciente. ¡Menos mal que la cosa salió bien!